Victorias Científicas
- Alejandro Sánchez
- 13 abr 2022
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 28 feb
Durante el siglo XX se intensificaron los esfuerzos de pensadores que trataban de detallar cómo se desarrolla el trabajo desempeñado por los científicos. Las teorías sobre cómo la ciencia se desarrolla y avanza han ido cambiando durante todo ese tiempo, sin embargo una idea siempre ha quedado relativamente clara, las teorías son perecederas. Nuestras concepciones de hoy están subordinadas al nuevo conocimiento que se genera mañana. En resumen, el conocimiento científico es perfectible, cambiante y está sujeto a una renovación continua. Para quien se exponga a esta afirmación por primera vez esto puede suponer, en mayor o menor medida, una disputa con su concepción previa del conocimiento científico y de lo que la ciencia representa.

Se hace difícil encontrar en pleno siglo XXI a una persona que desempeñe su estilo de vida ajeno a la tecnología. Es en el dominio tecnológico que hoy viven nuestras sociedades, donde personalmente creo que reside la gran confianza social depositada en el conocimiento científico.
El dominio de la técnica nos ha facilitado la vida, nos ha dado herramientas, ha transformado cosas que parecían imposibles en cotidianas. La elaboración de un producto o artículo tecnológico traduce un gran esfuerzo de técnicos e ingenieros, pero no solo eso. De manera más profunda denota un dominio sobre la naturaleza, los elementos y sus leyes. ¿Cómo diseñaríamos unas gafas que nos devuelvan la agudeza visual sin conocer las leyes de la óptica? ¿Cómo diseñamos ordenadores sin conocer las leyes de la electricidad y los principios químicos que nos permiten intuir las propiedades de los materiales?

Aunque pensar que la ciencia nos permite acceder hoy a un conocimiento acabado y perfecto es absurdo, también lo es negar que las sociedades más avanzadas cada vez buscan más respuestas en el conocimiento científico. Podríamos observar esta tendencia si echáramos la vista unas décadas atrás. Y es normal. Las sociedades se pliegan ante las evidencias, ante todo aquello que resultó eficaz para facilitarnos la vida. Fue el conocimiento científico quién nos puso un móvil en nuestra mano, el que hizo de los viajes entre continentes un rutina y el que curó terribles afecciones con remedios que consisten en polvos contenidos en sobres.
No trato de crear un simple elogio al conocimiento científico. Solo intento dar respuesta a la creciente confianza que se da en un conocimiento que bien sabemos y así aceptan los filósofos de la ciencia desde el pasado siglo, es siempre mejorable y perfectible.
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